¿Por qué no obligo a mis hijas a pedir perdón o a disculparse? (y a otr@s niñ@s)
- Varignia
- 13 may 2021
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 3 jun 2021
Muchos adultos sentimos miedo a que nuestros hijos no se adapten a las normas sociales o a ser juzgados por otros por lo que hacemos o no como ma/padres, por lo que a veces forzamos ciertas conductas, como el disculparse y pedir perdón.
Al obligar a un niño a decir perdón o a disculparse cuando hace daño a otro, lo estamos forzando a hacer algo que no le hace sentido y que no es algo que siente realmente en ese momento. Probablemente está muy enojado o sintiendo vergüenza (si es mayor).
Si lo forzamos, pronto entenderá que con decir “lo siento” se libera de la expectativa de los adultos, pero lo desconecta de sí mismo y le quita la posibilidad de empezar a entender qué le pasó a él/ella mismo/a y al otro niño o niña.
Si, en cambio, empatizamos con lo que le pasa, con lo que sintió al momento de pegar, lo estamos acompañando a descubrir cómo se siente cuando está enojado y las acciones que usa para expresarse, le estamos presentando la habilidad de observarse a sí mismo.
Si también le hacemos ver el impacto que tuvo en el otro su acción, sin juzgarlo (por ejemplo: me parece que le dolió ese golpe a tu hermana, está llorando), lo estamos acompañando a tomar conciencia de las consecuencias que tienen sus actos y a abrirse hacia la empatía.
Y nosotros podemos mostrarles las maneras en que se nos ocurre que podríamos reparar, acogiendo al otr@ niñ@ con empatía.

Desde este lugar acompaño a mis hijas y a l@s niñ@s de Peumal. Pero creo que lo más importante ha sido el modelo que les he ido entregando, fruto de mi intenso trabajo para reaprender a decir “lo siento” de manera genuina: observando mis acciones, tomando conciencia de los sentimientos y necesidades que me llevaron hasta ahí, reconociendo el impacto que mis acciones generaron en ellas, y tomando responsabilidad por ello, reparando como ellas lo necesitan: Lo siento, te grité. ¿Te asustaste? Me hubiera gustado tanto tener un poco más de paciencia en ese momento. ¿Te dio pena? Oh, lo siento tanto. ¿Necesitas un abrazo? ¿Prefieres que me vaya?
Y, así, el otro día me llegó este regalito:
Estábamos almorzando. En un momento, Marta y Josefa se levantan jugando a hacerse cosquillas, corriendo por la casa.
De repente, escuché a Marta decir: ¡Ya no quiero más! Josefa siguió persiguiéndola y haciéndole cosquillas. Marta volvió a gritarle: ¡Para Josefa! ¡No me gusta! Josefa no la escuchó y siguió encima de ella haciéndole cosquillas en la guata (barriga). Marta volvió a gritar: ¡No quiero más! ¡Ayudaaaa!
Me acerqué y le hice ver a Josefa lo que le pasaba a su hermana: Josefa, ¿escuchaste? Marta te está diciendo que no quiere más, quiere que pares. No me podía escuchar, estaba eufórica haciéndole cosquillas a su hermana. Puse mi cuerpo entre las dos para hacer de barrera física para ayudar a Josefa a darse cuenta de lo que pasaba y para que Marta pudiera salir de ahí.
Al parecer se calmó todo. Volví a la mesa a comer. En un momento Josefa fue corriendo donde su hermana y le rasguñó el brazo, le dejó las uñas marcadas a lo largo de todo un brazo. Fui a consolar a Marta, miramos su brazo, le mostré a Josefa cómo había quedado el brazo de su hermana. La miró.
Volví a sentarme a la mesa. De repente, Josefa vino a la mesa y empezó a tirar los cubiertos al suelo, delicadamente, le pedí por favor que no siguiera. Se subió a la mesa, se sentó al lado de su plato y empezó a sacar todos los aliños de la alcuza, esparció la sal sobre el mantel. Me di cuenta de que no me iba a escuchar, me quedé observándola y esperando el momento para hablarle.
En ese momento Marta anunció que se iba a ir a jugar a la casa de los vecinos. Josefa dejó de tirar la sal y le dijo:
J: Marta por favor no le cuentes a Sole que te rasguñé.
Yo: Ahhh, Josefa, ¿te da vergüenza que Marta le cuente a Sole lo que hiciste?
J: Sí – dijo con voz bajita y la cabeza hacia abajo.
Marta se quedó en la puerta escuchando con curiosidad.
Yo: Ahh, ¿ estás avergonzada por haberle rasguñado el brazo a tu hermana?
J: Sí – dijo con voz más clara – No quería rasguñarla así de fuerte.
Yo: Ahhh, ¿te hubiera gustado no haberla rasguñado?
J: Sí, no quería hacerlo. Lo siento Marta – le dijo a su hermana que la estaba escuchando atenta.
Marta sonrió con alivio y le dijo:
M: Ya, yo no le voy a contar a Sole - y le guiñó un ojo como de complicidad, aceptando su disculpa.
Yo: Marta, ¿te hace sentir aliviada esto que te dice Josefa, que le hubiera gustado no hacerte daño?
M: Sí. Josefa, ¿vamos a buscar a Sole?
J: ¡Ya!
Y se fueron juntas a la casa de sus amigas.






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